¡Todos a la cama!

Ayer nuestro tenista Alejandro Davidovich sorprendió con este gesto al público de París en el Master 1000 tras su victoria, pero la sorpresa no fue esa. La sorpresa fue el comportamiento del público y, en realidad, la sorpresa tampoco fue esa.

El verano pasado me invitaron a un partido de Roland Garros. Jugaba la sorpresa del torneo, la francesa, Lois Boisson. El ambiente era…cualquier cosa menos lo que el tenis siempre tuvo a gala. En este deporte, en el rugby y en alguna excepción más, se ha tenido siempre a gala una preeminencia de los valores del deporte. En una lucha contra el tirón del dinero y de la deriva vociferante con figuras deportivas cuestionables (nuestro querido Lamine Yamal y Vinicius no andan en su mejor momento) el tenis se nos viene abajo.

El respeto, el aplauso en el acierto y no en el error del contrario, el placer del silencio por admirar la técnica eficaz del deportista sin griterío…se van al garete.

Davidovich ganó al francés Arthur Cazaus y, al finalizar y harto de soportar el ambiente futbolero en las gradas, les mandó a todos a la cama, que puede que tampoco anduviese muy fino pero…¡ya está bien!

Alguien tiene que poner algo de cordura en un siglo en el que todo avanza muy rápido y no es malo esto, pero la rapidez no puede generar desenfreno ni perder todo lo ganado.

El deporte no es solo entretenimiento, no es solo el mantenimiento de un cuerpo sano en una mente sana; el deporte enseña, aporta valores de constancia, de esfuerzo, de compañerismo si es de equipo, de resiliencia en la derrota, de fomento de la moral de victoria…pero el espectador no puede estar ajeno a todo esto. No son solo valores del deportista, lo son también de respeto del que meramente observa.

Venga, un poco de calma, que todos queremos que gane el nuestro, pero esto es deporte y nada más.

Un coronel entre el mando y la comunicación

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