Sobre liderazgo a ritmo de vals

Nacha Guevara, cantante polifacética argentina y octogenaria, tenía (tiene) una canción titulada “el vals del minuto”. En ella incluía un texto de una longitud tal, que malamente encajaba en los sesenta segundos que ella misma se concedía. El resultado era una atropellada y endiablada letra comprimida a presión y con un resultado hilarante.

Un artículo sobre liderazgo en poco más de un folio viene a ser un reto parecido… o quizá no. Quizá sí si se pretende incluir un memorando de tipología, de características, de virtudes de líderes que nacen o se hacen; quizá no si todo quede reducido a la esencia, a lo que permanece, a lo que fueron los grandes líderes y, queramos o no, sigue manteniéndose de forma parecida a pesar de tecnologías, de redes sociales, de escenarios volátiles, inciertos.

Proliferan los cursos y los expertos en liderazgo. Cuando tanto se habla del tema, surge la duda. A mí al menos me asalta. Dudo que la marea de tratados, doctrinas, documentos orientativos y manuales de estilo americano con las “n” claves para triunfar en tiempo récord tengan que ver con algún cambio en la esencia del liderazgo. Dudo que tanta escritura y tratado tenga que ver con una nueva realidad que precise adaptar lo vetusto al nuevo tiempo. Sin embargo… buscamos la esencia del líder con ahínco.

Leo estos días una novela de Tolstoi. Dice él que nada hay para el hombre tan ansiado como sentirse guiado por un líder. El mundo es complejo. La sociedad lo es. Las situaciones laborales evolucionan y los trabajos se vuelven inestables, efímeros incluso, y nos demandan un esfuerzo, una tensión permanente por mantener el nivel de exigencia requerido. La familia también se tambalea sometida al estrés de combate interno entre hijos, padres, divorcios y adaptaciones generacionales. Las amistades son volátiles y se mantienen y se destruyen a base de “clic” más que a base de abrazos y escucha. En este maremoto emocional… nos sentimos solos; un cierto desamparo que exige de nosotros una suerte de excelencia permanente. Una excelencia imposible que supera nuestras capacidades y nos vemos braceando desesperados para mantenernos a flote. Entonces aparece el líder…”él”.

“Él”. La persona que nos produce la paz, la seguridad  en nosotros mismos, la alegría de trabajar, el reflejo de virtudes y ética en las que creíamos de forma algo borrosa y con fe endeble. Pero es que “él” manifiesta una alegría evidente en la dirección. “Él” siente que en la dirección del equipo está produciendo un bien que va más allá de la mejora de la empresa, de la institución. “Él” sabe que está dando pautas que significan la mejora de las personas de su equipo pero… es que el líder recibe un premio.

Hay esfuerzos que buscan el premio -y nada tiene de malo- y hay esfuerzos tranquilos, naturales que, como consecuencia, obtienen el premio. Y el premio es su propio crecimiento personal. El líder modela, sugiere, orienta, vigila y, por encima de todo, hace todo ello con una actitud humana porque es a sus hombres (genérico) a quienes quiere modelar. No como individuos, pero sí como equipo. El premio es la contemplación del resultado. El premio es escuchar el sonido engrasado de una maquinaria que pudo chirriar y que ahora ofrece todo su potencial bajo la mirada de quien supo ajustar el mecanismo.

Y es por eso que el líder sonríe por la mañana. Nadie se lo tiene que aconsejar en ningún manual. Sonríe porque es su actitud ante el reto y el logro cotidiano de persuadir sobre su modelo, su forma de encajar las piezas aceitadas. Las persuasiones son una mezcla de contenido y de emociones. El contenido en forma de pautas, hitos, diseño de la maquinaria; la emoción de hacer partícipe a quien recibe la orden, la pauta. De saber que la sonrisa y el asentimiento del subordinado refleja haber entendido, haber participado, haberse sentido parte del proyecto en el que se encuentra involucrado.

Y es por eso por lo que el líder disfruta escuchando. Tampoco  es por seguir la norma número 5 del manual número 100 sobre los mandamientos del buen líder. Disfruta escuchando porque le gusta hablar con su equipo, porque forma un todo con ellos, porque son una familia durante ocho horas cinco días a la semana, porque le interesa su familia y su plan de fin de semana y el fútbol de sus hijos.

Y es por eso por lo que el líder no lee demasiado. Lee, claro que lee, pero pocos manuales “american style”; lee para entender las emociones del ser humano. Hubo un tiempo en el que la novela era un reducto para mujeres, supuestamente más entregadas a abandonarse a las emociones. Pero el líder intuye que esa misma lectura le forma, le acerca al ser humano, le hace despertar emociones más intensas que la vida cotidiana que le ayudan a entender mejor a su equipo. Porque el líder sabe que la impostación es débil y en el trato diario todos nos conocemos bien. Y nada hay más grato que la honestidad y la sinceridad. Y nada hay más ingrato que la falsedad impostada de manual.

Nacha Guevara estaría ahora exhausta apurando los últimos segundos de su vals, intentando encajar dos o tres parrafadas más a riesgo de colapsar por ahogamiento pero… no soy Nacha. Me vale la calma para poder recomendar el liderazgo tranquilo y humano.

Todavía me quedan tres segundos, dos uno… y ya.

Un coronel entre el mando y la comunicación

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