“…Centauro legendario, jinete valeroso y temerario” dice nuestro intrépido himno de Caballería. Dice muchas cosas más, y casi todas ellas han quedado como un canto extemporáneo a valores y virtudes de épocas de combate a la carga y bigotes revirados.
Sin embargo no es así. O no debe ser. Las acciones que entrañan una cierta locura, que conllevan riesgo, que no miden con precisión el alcance, “tienen ese algo misterioso”, como cantaba La Mode, que no puede ser materia de otros siglos. Posiblemente sea que la búsqueda constante de la perfección, la competencia diaria, el tortuoso y estrecho camino entre lo obligatorio y lo prohibido, nos piden un grito ocasional hacia el “ataque con valor y la lucha cuerpo a cuerpo con la muerte”.
Y es ahí cuando el espíritu del jinete valeroso y temerario da un tranco hacia adelante, aunque el riesgo no esté perfectamente medido, aunque el peligro de batacazo aumente pero… nadie dijo que el romanticismo fuera fácil.
Creo que por eso soy un entusiasta de la comunicación, porque el romanticismo de la profesión militar, de la defensa de valores mantenidos durante siglos, de la fe en un colectivo, de la comunión tras un mismo uniforme, me lleva irremediablemente a querer hablar de ello, pasen los años que pasen.