Fútbol sin fronteras

No sé si lo he comentado en este diario pero, tras mis 40 años de milicia, podía haber optado por un retiro en un villorrio dedicado a la lectura, al sueñecito y a la escucha de la cigarra en verano o a cualquier insecto invernal, si es que quedan y hacen ruido. Pero no. Me fui a París siguiendo los pasos laborales de mi mujer. Cambié la cigarra y el otro insecto por la sirena de bomberos y el camión de las basuras (6.00am infalible).

Con más de 24 horas libres al día, me apunté a un gimnasio hace unos meses… ¡y lo mantengo! Curiosos lugares en los que me encuentro con caras que van siendo conocidas, con rutinas de ejercicios, sofocos y hasta gemidos y… con los mismos gestos mustios.

En siete meses he hablado con una chica porque me interesaba mucho hacer una foto del mensaje que llevaba en su camiseta sobre la innovación (pregunté con miedo, lo confieso; planeó de forma estúpida la sombra del acoso). Creo que fueron dos frases por mi parte frente a ninguna por la suya, pero el fútbol hizo el milagro.

En dos días consecutivos, me topé con un humano enfundando la camiseta del Granada y otro del Celta; Julián y Manuel respectivamente. Vía libre para la charla entre hispanos. Ahora nos entretenemos cada día, poco; no se trata de interrumpir el ritmo del entrenamiento y terminar evitándonos, pero cuatro frases cuando no llega mucha sangre a la cabeza, son una prueba interesante de ingenio y de gimnasia mental. Y es agradable cruzarse una sonrisilla, un gesto y un par de chanzas sobre cualquier tema fugaz. Esto del ser humano es un buen invento.

Y es que la conversación se complica. Lo que voy a decir es obvio, pero lo digo. Se complica en las ciudades en las que hay prisas y la agenda no se puede estirar más. Se complica, incluso se vuelve impertinente, establecer una charla con el co-pasajero de un avión o un tren (un hola o un adiós ya parece excesivo). Se complica porque los p… móviles nos absorben cada día más y no nos damos cuenta, o nos la damos pero su fuerza es muy superior a la nuestra. Y entonces no se puede hablar de política porque no sabemos argumentar sin exaltarnos o encasillar, y entonces nos van fallando los procesos para elaborar nuestras ideas y no vamos más allá de repetir lo que esa mañana ha dicho un tertuliano o un meme y eso de comunicar, de poner en común, va quedando como algo accesorio, no indispensable… y lo es.

Existen jefes que apenas comunican. Y dirigen, y gestionan, y marcan objetivos, incluso los alcanzan, pero no son líderes. Ayer me decía una sobrina treintañera pujante y pizpireta que no le daba tiempo en el trabajo a hablar con nadie. Hablar es una prioridad, no algo accesorio. La pausa café es sagrada; para mí lo ha sido siempre, en situaciones de estrés o no. Es el momento de relajar, de sonreír, de hablar de otros temas, de saber el uno del otro; es el momento para que el jefe sea más que un emisor de directrices, de poner cosas en común ergo… comunicar.

En mis correrías por medio mundo vistiendo uniforme, el fútbol -vuelvo a las camisetas- siempre ha estado de mi lado. Creo haber sido un aceptable deportista, sé que he sido un mediocre futbolero, ni siquiera gran aficionado, pero qué gran suerte poder romper el hielo gracias al fútbol en el rincón más perdido del mundo. Mis recuerdos más antiguos lo son con Butragueño, que ya era mundialmente conocido, y el fútbol como aproximación te permite romper el hielo, sonreír, llevar la contraria sin agresividad, darte la mano y, todo eso, es totalmente necesario. Y son habilidades que no se pueden perder, que los jefes no pueden perder. Porque entonces creen que no es fundamental, y pueden olvidar que su equipo lo forman personas con sus singularidades, sus problemas, sus aristas, y hay que conocerlas porque esas aristas les pueden preocupar más que el trabajo y entonces no trabajan bien y entonces la empresa no va bien y entonces…

Jefes del mundo, hablad con vuestros equipos, y hacedlo de manera periódica y organizada, y daros tiempo para conocerlos y para motivarles, y para escucharlos y para comprobar que todo empieza a ir mucho mejor y que eso del equipo -como en el fútbol- tiene mucha más importancia de lo que algunos ven. Que somos más que once tipos correteando por el campo pero, para crear ese valor añadido, todo empieza por el jefe.

Malos tiempos para la charla pero siempre a tiempo de recuperarla.

Un coronel entre el mando y la comunicación

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