Se nos escapa la belleza. Me preguntan este verano con frecuencia -y explico- a qué me dedico últimamente tras mis cuarenta años de milicia, y sobre el contenido de mi querida ComunicaMente. Habilidades de comunicación, oratoria, liderazgo a través de la comunicación interna, en fin…cosas que me gustan y en lo que me defiendo aceptablemente.
“Son malos tiempos para la lírica”, decían los Golpes Bajos en una canción que siempre me pareció algo monótona pero, visionarios, anticipaban esos malos tiempos para la expresión contagiosa de los sentimientos.
Raimondo de Montecuccoli, militar y noble italiano al servicio de Gustavo Adolfo de Suecia en la guerra de los 30 años, uno de esos generales de antaño que resultaban heridos en la batalla, escribió mucho y con pasión sobre la arenga. Y lo hizo como se hacía entonces, cuando eran buenos tiempos para la lírica, cuando la estética tenía una plaza ganada en la expresión escrita y hablada, cuando no se trataba solo del “qué decir” sino del “cómo hacerlo”. Porque don Raimondo sabía que de la arenga se derivaba el surgimiento del valor, y del valor la victoria. Las arengas no (solo) endulzan los oídos, sino que generan cambios de actitud y comportamientos y eso, en la milicia de antaño y hogaño, es fundamental.
Y así andamos con la oratoria. La oratoria tiene que ver con la elocuencia, y ésta con la elegancia y la persuasión. “Elegancia” suena un poco petulante, pero en el fondo se trata de eso. De la preocupación por encerrar nuestras ideas en un paquete-regalo digno de ellas, en un envoltorio que genere atracción.
Creo que sucede con la literatura, cada vez con más adeptos a los libros en los que pasan cosas y “te enganchan”, en los que la trama es lo importante y la concatenación de acontecimientos de alto voltaje es lo que fideliza al lector. Los libros de literatura pausada, con otro perfil menos acelerado y dominio amplio de la lengua, son menos, son de otra época, “nonganchan”.
Pareja anda la oratoria. Porque la oratoria no se trata solo de cómo hacer un buen principio y un cierre majestuoso, no se trata solo de orden en las ideas y de su sustento argumental, se trata de cautivar a la audiencia. Se cautiva por la puesta en escena, por el manejo de nuestro cuerpo y de nuestra voz, por el contenido por supuesto, pero la oratoria es un arte y, como tal, se le supone belleza.
Si tuviera que dar un único consejo para todo esto de lo que escribo, sería este: “quítate la p… armadura, deja de decir frases ajenas de lo que se supone correcto y adecuado y echa un vistazo a lo que tienes dentro, que seguramente es único”. Luego ya nos ponemos con las formas y la escenificación, pero luego.