Hace años (no importa cuántos) despidieron en mi unidad (hecho real) a Fermín (nombre imaginado). Tras unas palabras tirando a breves, se intercalaron frases tirando a previsibles y se le entregó un regalo tirando a átono. Eran cuatro décadas de servicio que se resumieron en un acto sin lágrimas e incluso con la tensión por la palmaria falta de emoción en un momento en el que, lo único que se pide, es eso: emoción.
Estoy terminando una formación individual a una CEO castellanoleonesa sobre habilidades de comunicación en público. En mis “deberes”, le pedía que preparase y ejecutase una despedida a un empleado querido que hubiese trabajado dos o tres décadas en la empresa y pasase a la jubilación.
Su primer boceto (de mi alumna), no era bueno. Era… previsible. Posiblemente este adjetivo sea el peor para cualquier momento en el que nos dirigimos a un público: previsible equivale a falta de preparación, a falta de ideas, a falta de cariño.
Sin embargo, sentados, tranquilos, admitiendo que el punto de partida era de escaso valor, fuimos aplicando mi método ICADI (Ideas, Citas, Anécdotas, Datos e Interacción). Fue ella -y así debe ser- la que transformó la inicia vergüenza en la ilusión por entender lo mucho que nos jugamos en esas ocasiones que parecen ser de mero trámite. Y de las “citas” extrajo frases que el homenajeado repetía con gracejo y persistencia, y de las “anécdotas” incluyó la matrícula de su coche QJT coincidente con su tendencia lastimera a la queja, y de los “datos”, el número de horas trabajadas en sus treinta años transformadas en los metros cúbicos que podrían llenar el Bernabéu (el equipo de sus pálpitos) con la producción de la máquina que manejaron sus manos.
Ordenadas las ideas, resultó que el recurso de la voz no fue necesario. No fue preciso insistir en la modulación, en el tono, en el volumen o en la velocidad. Y no lo fue porque, habiendo extraído el discurso desde las entrañas, la voz se conecta con nuestras vísceras, se acopla y refleja los sentimientos que realmente nos hacen sentir que el momento, que la persona, son especiales.
Así debe ser. Y es que esto de hablar en público tiene sus normas, su procedimiento y sus técnicas pero, afortunadamente y por encima de todo, esto va de sentir primero lo que se quiere decir. El resto, impostación y farsa.